Defino ética como aquél proyecto de vida individual que se
caracteriza por definir el Ser (acción) a partir del Querer
Ser (voluntad), es
decir de la voluntad de autodefinirse en lo que usualmente se llama Deber.
Vivir según lo que creemos justo dignifica nuestra vida, aunque ello no siempre
signifique hacer aquello que nos gustaría…cuando hacerlo conlleva traicionar lo
que queremos ser, lo que creemos que es bueno. Lo bueno es aquello que tiene
valor por sí mismo, aquello que se desea -que queremos- y que alcanzamos de una
manera que no traicione lo que entendemos como una buena actuación (ver valor).
Es por ello que habla de los fines de la vida, aquellos de los cuales
nuestras acciones tienen que dar fe. La ética se realiza en las acciones,
siempre y cuando contengan las características de la acción ética: fruto de la
responsabilidad del individuo, autoreflexiva y no utilitarista y que responde a
la ecuación: autorreflexión + intencionalidad + esfuerzo. La intencionalidad es
importante, pues al contrario que en la política, la acción ética se juzga por
su intención antes que por sus resultados. Ahora bien, el paso de la intención
a la acción es un filtro importante: nadie es dueño de su carácter, de los
sentimientos o pasiones que le provocan las acciones; ahora bien, la voluntad
de actuar en contra de las pasiones negativas es lo que da valor al individuo y
a su acción. Quizás podamos hablar de dos momentos, el de búsqueda de la verdad
(conocer que es lo bueno), para lo cual las relaciones universales de
contrarios (bueno-malo; útil-inútil; verdad-mentira, etc.) son útiles y un segundo
momento que nos da la fuerza necesaria para actuar según el dictamen de ese
conocimiento. Entonces, ¿es indiferente el resultado de la acción ética?
Evidentemente no; ahora bien, si la intención era ajustada a la ética y su
resultado no, el individuo debe rectificar y mostrar arrepentimiento; nada más
se le puede exigir. En el resultado de la acción juegan muchas variables más
allá de la voluntad, entre las cuales está el conocimiento o la info rmación sobre la
cual se toman las decisiones y que, como se verá, definimos como el mecanismo
de la acción ética (poder), uno de cuyos componentes es la info rmación. Como
virtud que se realiza en la acción es esencial la práctica, pues el hábito
facilita su definición, más allá de las circunstancias y contingencias ante las
cuales se debe decidir. Por otra parte, como toda práctica es esencial la
ejemplificidad: se muestra mediante el ejemplo; no se conoce, se ejerce. El
querer ser ético define al ser en los diferentes campos de actuación del
individuo y se caracteriza por configurar un proceso permanente: la relación
entre la acción (ser) y el querer ser es de mutua dependencia y, por constante,
inacabado y trágico dado que significa ejercer permanentemente una apuesta
(siempre en riesgo) y un esfuerzo; aquél que realmente “merece la pena”. Por
ello, la acción ética es un Proyecto ético. El
proyecto ético, que se realiza en la acción ética, es un elemento de
trascendencia humana. Es también un elemento de distanciamiento, pues
trascenderse significa separarse de uno mismo aceptando que se tiene una
misión, que hay algo más importante que la propia existencia. Por existir ese
proyecto, el ser humano es un creador y no sólo un mero consumidor de existencia. La creación
que aquí se define no es la meramente artística (tal como plantea el movimiento
romántico), sino cualquier producto que genera identidad y reconocimiento
respecto a terceros. En este sentido lo es un hijo (aunque ese reconocimiento
es básico, pues sólo afecta a los descendientes directos) pero lo puede ser
también cualquier producto fruto de un empeño empresarial. Al ser ético, es un proyecto que sólo atañe al individuo
portador del mismo y, aunque pueda (y mayoritariamente deba) proyectarse sobre
los demás, a éstos no se les puede pedir que se sacrifiquen por él ni han de
ser el motivo último de esa voluntad individual (un proyecto ético no puede
reducirse a la buena representación de un rol social, aunque sea uno tan
importante como el de la paternidad). La necesidad de un proyecto ético que de
un sentido a nuestras vidas se fortalece en una época como la actual, donde la
flexibilidad, la pluralidad y la dispersión fortalecen las vidas centrípetas,
donde el poder de la opinión de los demás, su capacidad de dirigir (nos) se
fortalece. Ello es así en tanto muchos no saben lo que desean,
sentimiento que produce mayor angustia en tanto la igualdad social y la
tecnología generan la ilusión de que todo es posible. Ese mirar hacia dentro que
comporta el proyecto ético es una necesidad para construir identidad propia a
partir de conceptos como esfuerzo, metas, objetivos o sacrificio
(no baldío). Un proyecto ético es aquello humano por lo que
"vale la pena" sacrificarse…¿Hasta dónde? Su defensa puede conllevar
el propio sacrificio si existe coerción natural o humana que imposibilita, no
el desarrollo de uno concreto, sino la imposibilidad misma del ser humano como
proyecto ético, lo que significaría la pérdida de aquello esencialmente humano
de la vida. Pero, si la imposibilidad de proyectarse éticamente puede llevar al
sacrificio propio, ¿también puede llevar al sacrificio ajeno? la proyección
ética del ser humano es algo por lo que merece la pena morir...y matar. Por
suerte, las sociedades liberales se caracterizan, justamente, por respetar la
autonomía individual, que es la base de cualquier proyecto ético. Son, además,
sociedades donde la responsabilidad está dispersa, con lo cual definir
claramente el agente que genera la coacción que hace imposible la proyección
ética del individuo es dificultoso...y sólo se puede atacar a aquél agente que,
de manera directa impide la dimensión ética de los individuos, de lo contrario,
la violencia no se puede justificar. Nos hace más
fuertes (al distanciarnos de las meras peripecias humanas) y más valientes al
conocer lo que es más importante que lo superficial, evitando que el
miedo a la muerte nos colapse, reconociéndonos poderosos por tener una obra que
nos trasciende (como la sociedad tiene su tecnología, su conocimiento
cosificado que le trasciende), que es el conocimiento que realmente disipa los
miedo y no el conocimiento enciclopédico de lo creado por los demás. y, sobre todo, ahora puede ser una opción personal,
voluntaria, lo que refuerza su valor. Efectivamente, esa dirección interna, en
palabras de Riesman, era propia del mundo decimonónico que confería este
carácter a los individuos como garantía de conformidad social y para lo cual se
apoyaba sobre los agentes sociales clásicos: familia, escuela, etc. Es decir,
era hasta cierto punto impuesto. Esto ahora ya no es así, los valores que
parecen ser socialmente más "funcionales" son otros...lo que permite
que la dirección interna no sea una coacción, sino un compromiso personalmente
adquirido, fruto de la libertad. En la voluntad de trascendencia
del proyecto ético se adivina la impronta de la religión y, sin embargo, su
cualidad es superior en lo referente al ser humano; la religión augura una vida
posterior a la muerte por voluntad de Dios; mientras que en el proyecto ético
(que en ningún caso es incompatible con este "ethos" religioso) es el
individuo quien construye su propia trascendencia con su obra...dándole, a la
vez, sentido a su vida. Al igual que el sentido religioso es un primer estadio
de la trascendencia frente al proyecto ético, el motor del mismo, que es la
creación, tiene un primer estadio en la procreación, que asegura una memoria de
la vida en un primer círculo alrededor del individuo: restringido a la primera
generación del círculo familiar.
La ética que aquí se propugna no es
descriptiva, sino normativa, por ello no cabe más falsificación que no sea su
imposibilidad de dar un sentido a la existencia de un individuo. Los límites de
la acción ética están en la no contradicción entre lo bueno (fines) y lo
correcto (medios); es decir, que nuestras formas no contradigan nuestros fines,
de manera que la obtención de nuestros objetivos debe responder al imperativo
categórico: el resultado de nuestra acción (ética) no puede hacerse sobre el
presupuesto (libertad) de los demás. Así pues, se plantean dos garantías a la
hora de evitar los efectos perversos sobre los demás de la acción según fines:
por una parte una garantía interna (no cabe querer aquello que no se valora;
así no cabe ser un buen ladrón, pues ser ladrón no es un valor positivo) y otra
externa (ligado al imperativo categórico: la obtención de nuestros fines no se
puede basar en la negación de la libertad de los demás).
El proyecto ético
precisa de un presupuesto (la libertad) y un mecanismo (el poder) para
realizarse.
La libertad es
el presupuesto de la acción ética. La libertad en su acepción de no coacción,
es decir, que la acción no viene determinada por la voluntad de otro que la
impone sobre el sujeto de la acción. Se trata del individuo como ser capaz de
escoger más allá de determinismos sociales. Ahora bien, la acción del sujeto no
se produce en el vacío, no está totalmente indeterminada, ya que aunque no sea
fruto de la coacción, sí lo es de las circunstancias que limitan las
posibilidades de actuación. Ello marca los límites de la tolerable: la coacción
no se puede tolerar, mientras que las limitaciones son el "contexto"
donde la acción se debe realizar. Esas limitaciones configuran lo necesario, frente a lo cual la libertad
es vida (escape), pero también transformación de esas limitaciones. El
uso que le demos a esa libertad define nuestra acción; es decir, nuestro ser.
El ser se realiza en sus acciones. Sin libertad no cabe proyecto ético, no cabe
compromiso individual del ser con el querer ser. Sin embargo tiene un
componente trágico: actuar es escoger (y perder lo no escogido); se escoge
porque se es libre y ser libre conlleva ser responsable de tus actos (y, en
último término, del éxito o fracaso del ser en su búsqueda del querer ser). La
responsabilidad es el reverso de la libertad, su cruz. La responsabilidad es el
mecanismo de aprendizaje del ser humano; es en su ejercicio que aprendemos de
nuestros errores, pues al hacernos responsables de los mismos estamos sometidos
a la sanción (o recriminación) de los otros y, en último término, a la nuestra
propia recriminación. Desde la perspectiva ética, ser libre no es hacer lo que uno
quiera (como sí lo es en la política), sino hacer lo que uno quiere, lo que uno
valora.
Y junto a un presupuesto
un mecanismo: el poder.
El poder como verbo transitivo (poder hacer…). Así, la persona fuerte o
poderosa es aquella que contiene un proyecto ético. Uno de los componentes
principales de este mecanismo es la info rmación.
Para poder realizar la acción ética de manera que responda a la intencionalidad
del individuo es indispensable tener una buena info rmación
sobre las circunstancias en las cuales se debe actuar...sin dejar de ser
conscientes que siempre actuamos en situaciones de incertidumbre, pues la info rmación
nunca es absoluta -por lo que la acción ética es siempre una apuesta- y que,
más allá de esta constatación, la incertidumbre en el resultado es
consustancial a la realización de la acción ética.
La eficacia de la acción
ética depende de la congruencia entre
resultados (lo que se es) y la voluntad (lo que se quería ser). Este esfuerzo
de congruencia es universal (de todas las culturas y en todos los tiempos),
pues la naturaleza humana no
ha cambiado esencialmente, aunque sí las instituciones humanas. El ser humano
no ha cambiado, pero la civilización le ha dotado de mecanismos para gestionar
mejor los conflictos que genera esa naturaleza humana mediante la acción
pacífica de instituciones que, basándose en la ley natural, restringe esa
naturaleza "ahistórica". Cuando esas instituciones fracasan, siempre
se les suele justificar achacando las culpas a las personas, que las han
pervertido; la realidad es que la bondad de una institución se demuestra cuando
es capaz de "descontar" la debilidad humana sin colapsar. Por contra,
si la institución no es bueno siempre fallan
las personas.
Como resultado de esa congruencia
tenemos una virtud y
dos recompensas: la nobleza es la virtud; la felicidad y la identidad sus
recompensas.
La nobleza es
la virtud de la congruencia. En tanto virtud, se define como una búsqueda del
bien, en este caso del bien supremo para vivir, aquél que no es instrumental
para otra cosa o finalidad. La nobleza es esa virtud vital, a la búsqueda del
vivir bien. Surge cuando el ser no traiciona su querer ser en sus acciones; así
pues, la virtud se define en relación a la idea de bien que define el deber
ser. Etimológicamente, la palabra griega que designa la categoría de nobleza
significa "alguien que es, que es verdadero". La virtud no es, pues,
justo medio a la manera aristotélica entre pasiones contradictorias (positivas
o negativas), sino en todo caso justo medio entre pasiones positivas (virtudes
según el lenguaje de las relaciones universales de contrarios). La persona
noble se caracteriza porque hace de su querer ser su deber, siendo éste siempre
autoimpuesto por ella mismo, y no por otras y evitando las desviaciones, ya
sean por la búsqueda del placer, ya sean por el temor al dolor. Este concepto
de nobleza se relaciona con el concepto de honor que teme la censura, pero más
la propia que la ajena, y entre ésta, sólo la de aquellos dignos de ser
escuchados por un hombre noble, claro está. Entre éstos (los nobles) se buscarán, pues sólo estarán a gusto entre
iguales, los cuales constituyen la verdadera élite: la de los portadores de un
proyecto ético el cual defienden con nobleza. Así,
la nobleza es la cualidad del virtuoso y el honor es su reflejo respecto a los
demás. Otro concepto con el que se relaciona la nobleza es el de memoria. La
memoria genera identidad y es la memoria de lo que se quiere ser es lo que
permite actuar sin traicionarse a uno mismo ni a los demás, pues el noble es un
ser previsible, "capaz de hacer promesas" según la definición de
Nietzsche. Es por ello que el ser noble es, en cierta medida, egoísta,
aunque no para sacar beneficio de su condición, sino porque tiene en él mismo a
su más duro juez y, por otra parte, cumplir con su deber es satisfacer a aquél
del cual siempre está acompañado: uno mismo. Lo contrario de la nobleza es
la indolencia,
cuando el ser se convierte en algo conflictivo pues no obedece a su deber ser.
Su origen puede estar en la búsqueda del placer (cuando no es compatible con el
deber ser) o en la huida del dolor. Placer y dolor son sentimientos legítimos
siempre que no nos separen del deber ser. El indolente es un ser resentido
pues, sabiendo lo que debe hacer, es incapacaz de hacerlo. La respuesta
habitual del indolente es el resentimiento, que se caracteriza por negar la
virtud del noble, transmutar los valores hasta hacer de lo plebeyo lo noble, lo
bueno.
La recompensa del
esfuerzo por ser noble es la felicidad,
entendida como satisfacción y no como placer (siendo el segundo dependiente del
primero: a más satisfacción con el Ser, más capacidad de sentirse con derecho a
darse placeres). La satisfacción, al contrario que el placer, requiere tiempo,
pues se trata de una recompensa de la constancia. En este sentido, la muerte es
un aliado de la felicidad: el esfuerzo del proyecto ético es un esfuerzo de
trascender a uno mismo (dejar huella) y, pensando en la muerte podemos hacer
mejor nuestra vida: llenar nuestros días de contenido, darle un sentido y una
dirección hace, como decía Pavese del trabajo “los días cortos y los años largos”. De lo contrario, la mera
satisfacción de placeres agota sin
sumar; somos más conscientes de lo que nos falta –o de lo que se acaba, el
tiempo de vida- que de lo que construimos; somos meros consumidores y no
creadores de algo perdurable. Así, el significado del Carpe diem cambia radicalmente: vivir cada día como el último es
vivir bien, construyendo y no consumiendo, es vivir al día –qué podemos
construir hoy- sin sacrificar por ello el futuro –pues no sabemos cuando
realmente será el último de nuestros días. Así pues, ¿la felicidad es un
sentimiento puramente subjetivo, independiente de las circunstancias externas
al propio individuo? ¿es lo mismo la felicidad que la fortuna? La nobleza es
condición necesaria pero no suficiente para la felicidad, pues ésta tiene dos
componentes, el primero es fruto de la voluntad (recompensa) de ser noble y el
segundo el logro de la felicidad propiamente dicho (objetivo); como tal logro
une la voluntad y las circunstancias externas a esa voluntad, la realidad
ajena. Sin tener en cuenta la voluntad la felicidad es un concepto vacuo, fruto
únicamente del azar; sin la dimensión del logro la felicidad es un concepto
heroico, inhumano, pues nadie puede ser feliz sin que le sonría mínimamente la
fortuna. La relación entre satisfacción y placer es
la del esfuerzo y el descanso. El deber ser tiene que tomarse descansos
placenteros…siempre que éstos no nos separen de manera definitiva o nos lleve
al camino contrario de nuestro deber ser. Se trata de descansar/suspender el
criterio de manera momentánea…pero vigilando de no contradecirse. Si el producto
de la nobleza es la felicidad, la recompensa de la indolencia es el resentimiento y
sus manifestaciones: miedo, celos o prejuicio. El resentimiento es una fuerza
negadora de los valores positivos de la vida. No crea nada, simplemente niega
lo ya existente. Las personas resentidas por no ser lo que querrían ser imputan
a los demás -y mejor, a los más nobles- su desgracia. Como el noble se muestra
en su acción el resentido huye de él, pues le incomoda al interpelar a su
incómodo ser. Hasta cierto punto, el ser noble es sencillo, tiene su alegría en
su acción y sólo busca a los demás en su aspecto más agradable; por el
contrario, el resentimiento necesita del otro…para negarlo, para atacarlo y
utilizará toda su inteligencia en el empeño. Es su manera de ser sociable. Los
sentimientos del resentimiento como el miedo, los celos o el prejuicio son, por
otra parte, también necesarios para valorar el riesgo (la acción ética no es
ciega) y no caer en falsos retos. El valor debe mostrarse en aquellas cosas que
cuestionan nuestro deber ser y que nos son impuestas; no cuando el problema lo
generamos por propia voluntad o irresponsabilidad. Esta es la diferencia entre el
valeroso y el temerario: el valeroso afronta el peligro que se le impone,
mientras, el temerario busca el peligro en un ejercicio de narcisismo.
La otra recompensa de la
nobleza es la identidad,
es decir, es la perseverancia en la congruencia (entendida en sentido
“negativo": no contradicción) entre las acciones que desarrollemos en los
diferentes campos de actuación lo que definirá nuestra identidad. No podemos
olvidar que la realización de un proyecto ético precisa de la continuidad de la
conciencia: asume el pasado, pero no como determinante del presente ni del
futuro, aunque no se puede romper la línea de continuidad de la acción del
sujeto. Ser ético es ser capaz de dar cuenta, responsable, de las acciones del
ser: pasado, presente y futuro. Ambas recompensas están unidas, pues la
identidad tiene un carácter acumulativo: siempre se debe volver la vista atrás
sin rencor. Cuanta más congruencia se observe en las acciones más
consistente será esa identidad...y aunque se fracase en una acción concreta, la
voluntad y el reconocimiento del error es la pauta para mantener viva una idea
de identidad. La identidad no es reificación, pues siempre está a prueba por las
situaciones de incertidumbre, por lo que la identidad siempre está en crisis.
Esto no es una verdad ontológica, sino una prescripción normativa. El contenido
de esa identidad y su relación con las identidades colectivas es algo
indiscutible. Las identidades colectivas son guías que voluntariamente se
pueden seguir siempre y cuando tengan esa característica voluntaria, es decir,
que sean de libre adscripción por parte de los individuos.
No sólo las
cosmovisiones, como las identidades colectivas pueden dar sentido a la
identidad individual. También los roles sociales, de alcance más limitados y centrados
en las expectativas de comportamiento, pueden ayudar a dar contenido a esa
identidad –aunque no agotan el proyecto ético individual. Los roles sociales no
son externos al propio sujeto, pues aunque exista una percepción social de los
mismos siempre queda un espacio para la improvisación y la adaptación de los mismos
por quienes los ejecutan.
El ámbito del proyecto
ético es el ámbito de la valoración pura. Sólo una vida vivida desde el
proyecto ético (sea cual sea el campo de actuación donde se muestra) tiene
máximo valor.
Ahora bien, no todos los proyectos éticos tienen el mismo valor. Hay vidas que
merecen más vivirse que otras –como el amor,
que también es un sentimiento discriminatorio-, y ello
depende del esfuerzo y del aporte que la realización de ese proyecto significa
para los demás. El proyecto ético siempre comporta un desafío a uno mismo, una
prueba para demostrarse de lo que es capaz en forma de esfuerzo en dos frentes:
ante las dificultades externas (de las cosas y de los otros) y ante las
dificultades que uno mismo se pone, fruto de nuestra indolencia o debilidad. El
esfuerzo puede determinarse por las relaciones
universales de contrarios:
templado/insensible i incontinente; liberalidad/prodigalidad i avaricia;
valor/cobardía; magnificencia/miseria; magnanimidad/pequeñez; etc.). Así, el
magnánimo es aquél que actúa según su deber ser, siendo éste objetivamente más
valioso que el de otros. ¿Cual sería el criterio para definir objetivamente el
valor de los proyectos éticos? Junto al esfuerzo, el otro elemento para
definir objetivamente el valor de los proyectos éticos es la aportación neta
(positiva) que ese proyecto realiza a la sociedad. Evidentemente el valor de
esa aportación puede diferir de manera importante; esa será la dimensión
cuantitativa del valor, pero
siempre habrá una diferencia cualitativa entre los creadores y los
consumidores, entre los que aportan (algo nuevo) y los que reproducen
(consumiéndolo) lo ya existente. Los proyectos éticos que aportan, los que
generan (conocimiento, arte, hijos) siempre serán más valiosos que los
meramente consumidores. Ello está relacionado con el esfuerzo, pues lo creador
requiere más esfuerzo que lo meramente reproductor. El origen de la acción
ética no es utilitarista, aunque en las relaciones de contrarios siempre lo bueno
está en consonancia con lo útil y lo digno de valoración. Esas relaciones de
contrarios, ¿son realmente universales? Creemos que sí, que lo son, aunque sus
manifestaciones puedan ser diferentes según los tiempos y las costumbres. No
existe subversión de valores real, sino valoración según el propio interés o
bien debilidad de espíritu: la benevolencia, la agudez, el ingenio, los buenos
modales son valores universales y todos los hombres quieren poseerlos o ser
tratados según los mismos. Estos contrarios ilustran el bien y el mal y nos
deben ayudar a definir mejor la acción ética. Aristóteles plantearía que estos
valores "virtuosos" son, en realidad, el justo medio que se derivan de las
relaciones universales de contrarios, aunque no creemos que la virtud pueda
surgir del equilibrio de pasiones negativas. Hay que potenciar el valor, la
generosidad, como reconocimiento del otro, la dignidad como nobleza y la
humanidad, que no es más que reconocerse en el fracaso ajeno como posibilidad
siempre acechante a toda vida humana que valga realmente la pena. Dentro de la
valoración también deben tenerse en cuenta el cumplimiento de las obligaciones
socialmente establecidas por la comunidad para con los otros. Ahora bien,
debemos asumir que lo bueno lo es por su valor intrínseco, no por su
"generosidad respecto a terceros", lo que solemos llamar bondad.
Ambas definiciones de bueno pueden no coincidir, pues no siempre lo bueno y lo
noble es agradable: muchas veces su presencia obliga, cuestiona a los demás con
su ejemplo, incomoda. Así la piedad ennoblece...pero lo que más ennoblece es
que estemos en situación de superioridad para poder ejercerla y que no sea
necesario que se ejerza sobre nosotros.
Defino ética como aquél proyecto de vida individual que se
caracteriza por definir el Ser (acción) a partir del Querer
Ser (voluntad), es
decir de la voluntad de autodefinirse en lo que usualmente se llama Deber.
Vivir según lo que creemos justo dignifica nuestra vida, aunque ello no siempre
signifique hacer aquello que nos gustaría…cuando hacerlo conlleva traicionar lo
que queremos ser, lo que creemos que es bueno. Lo bueno es aquello que tiene
valor por sí mismo, aquello que se desea -que queremos- y que alcanzamos de una
manera que no traicione lo que entendemos como una buena actuación (ver valor).
Es por ello que habla de los fines de la vida, aquellos de los cuales
nuestras acciones tienen que dar fe. La ética se realiza en las acciones,
siempre y cuando contengan las características de la acción ética: fruto de la
responsabilidad del individuo, autoreflexiva y no utilitarista y que responde a
la ecuación: autorreflexión + intencionalidad + esfuerzo. La intencionalidad es
importante, pues al contrario que en la política, la acción ética se juzga por
su intención antes que por sus resultados. Ahora bien, el paso de la intención
a la acción es un filtro importante: nadie es dueño de su carácter, de los
sentimientos o pasiones que le provocan las acciones; ahora bien, la voluntad
de actuar en contra de las pasiones negativas es lo que da valor al individuo y
a su acción. Quizás podamos hablar de dos momentos, el de búsqueda de la verdad
(conocer que es lo bueno), para lo cual las relaciones universales de
contrarios (bueno-malo; útil-inútil; verdad-mentira, etc.) son útiles y un segundo
momento que nos da la fuerza necesaria para actuar según el dictamen de ese
conocimiento. Entonces, ¿es indiferente el resultado de la acción ética?
Evidentemente no; ahora bien, si la intención era ajustada a la ética y su
resultado no, el individuo debe rectificar y mostrar arrepentimiento; nada más
se le puede exigir. En el resultado de la acción juegan muchas variables más
allá de la voluntad, entre las cuales está el conocimiento o la info rmación sobre la
cual se toman las decisiones y que, como se verá, definimos como el mecanismo
de la acción ética (poder), uno de cuyos componentes es la info rmación. Como
virtud que se realiza en la acción es esencial la práctica, pues el hábito
facilita su definición, más allá de las circunstancias y contingencias ante las
cuales se debe decidir. Por otra parte, como toda práctica es esencial la
ejemplificidad: se muestra mediante el ejemplo; no se conoce, se ejerce. El
querer ser ético define al ser en los diferentes campos de actuación del
individuo y se caracteriza por configurar un proceso permanente: la relación
entre la acción (ser) y el querer ser es de mutua dependencia y, por constante,
inacabado y trágico dado que significa ejercer permanentemente una apuesta
(siempre en riesgo) y un esfuerzo; aquél que realmente “merece la pena”. Por
ello, la acción ética es un Proyecto ético. El
proyecto ético, que se realiza en la acción ética, es un elemento de
trascendencia humana. Es también un elemento de distanciamiento, pues
trascenderse significa separarse de uno mismo aceptando que se tiene una
misión, que hay algo más importante que la propia existencia. Por existir ese
proyecto, el ser humano es un creador y no sólo un mero consumidor de existencia. La creación
que aquí se define no es la meramente artística (tal como plantea el movimiento
romántico), sino cualquier producto que genera identidad y reconocimiento
respecto a terceros. En este sentido lo es un hijo (aunque ese reconocimiento
es básico, pues sólo afecta a los descendientes directos) pero lo puede ser
también cualquier producto fruto de un empeño empresarial. Al ser ético, es un proyecto que sólo atañe al individuo
portador del mismo y, aunque pueda (y mayoritariamente deba) proyectarse sobre
los demás, a éstos no se les puede pedir que se sacrifiquen por él ni han de
ser el motivo último de esa voluntad individual (un proyecto ético no puede
reducirse a la buena representación de un rol social, aunque sea uno tan
importante como el de la paternidad). La necesidad de un proyecto ético que de
un sentido a nuestras vidas se fortalece en una época como la actual, donde la
flexibilidad, la pluralidad y la dispersión fortalecen las vidas centrípetas,
donde el poder de la opinión de los demás, su capacidad de dirigir (nos) se
fortalece. Ello es así en tanto muchos no saben lo que desean,
sentimiento que produce mayor angustia en tanto la igualdad social y la
tecnología generan la ilusión de que todo es posible. Ese mirar hacia dentro que
comporta el proyecto ético es una necesidad para construir identidad propia a
partir de conceptos como esfuerzo, metas, objetivos o sacrificio
(no baldío). Un proyecto ético es aquello humano por lo que
"vale la pena" sacrificarse…¿Hasta dónde? Su defensa puede conllevar
el propio sacrificio si existe coerción natural o humana que imposibilita, no
el desarrollo de uno concreto, sino la imposibilidad misma del ser humano como
proyecto ético, lo que significaría la pérdida de aquello esencialmente humano
de la vida. Pero, si la imposibilidad de proyectarse éticamente puede llevar al
sacrificio propio, ¿también puede llevar al sacrificio ajeno? la proyección
ética del ser humano es algo por lo que merece la pena morir...y matar. Por
suerte, las sociedades liberales se caracterizan, justamente, por respetar la
autonomía individual, que es la base de cualquier proyecto ético. Son, además,
sociedades donde la responsabilidad está dispersa, con lo cual definir
claramente el agente que genera la coacción que hace imposible la proyección
ética del individuo es dificultoso...y sólo se puede atacar a aquél agente que,
de manera directa impide la dimensión ética de los individuos, de lo contrario,
la violencia no se puede justificar. Nos hace más
fuertes (al distanciarnos de las meras peripecias humanas) y más valientes al
conocer lo que es más importante que lo superficial, evitando que el
miedo a la muerte nos colapse, reconociéndonos poderosos por tener una obra que
nos trasciende (como la sociedad tiene su tecnología, su conocimiento
cosificado que le trasciende), que es el conocimiento que realmente disipa los
miedo y no el conocimiento enciclopédico de lo creado por los demás. y, sobre todo, ahora puede ser una opción personal,
voluntaria, lo que refuerza su valor. Efectivamente, esa dirección interna, en
palabras de Riesman, era propia del mundo decimonónico que confería este
carácter a los individuos como garantía de conformidad social y para lo cual se
apoyaba sobre los agentes sociales clásicos: familia, escuela, etc. Es decir,
era hasta cierto punto impuesto. Esto ahora ya no es así, los valores que
parecen ser socialmente más "funcionales" son otros...lo que permite
que la dirección interna no sea una coacción, sino un compromiso personalmente
adquirido, fruto de la libertad. En la voluntad de trascendencia
del proyecto ético se adivina la impronta de la religión y, sin embargo, su
cualidad es superior en lo referente al ser humano; la religión augura una vida
posterior a la muerte por voluntad de Dios; mientras que en el proyecto ético
(que en ningún caso es incompatible con este "ethos" religioso) es el
individuo quien construye su propia trascendencia con su obra...dándole, a la
vez, sentido a su vida. Al igual que el sentido religioso es un primer estadio
de la trascendencia frente al proyecto ético, el motor del mismo, que es la
creación, tiene un primer estadio en la procreación, que asegura una memoria de
la vida en un primer círculo alrededor del individuo: restringido a la primera
generación del círculo familiar.