"El esfuerzo por aclarar las ideas es el fundamento de la vida moral" Blaise Pascal

5.2 De la praxis política


¿Cómo participar en la vida política? Primero, respetando el principio de justicia que antes hemos planteado. Respecto al método, es esencial respetar el principio de realidad, es decir, ser conscientes que existen reglas de juego en la sociedad ante las cuales la voluntad política no es omnipotente y que debemos ser conscientes de las consecuencias no queridas de la acción: en política –al contrario que en la ética- lo que importa son los resultados, no las intenciones. La política requiere de la racionalidad humana (capacidad de abstracción, de asumir reglas comunes), pero la racionalidad de la praxis política no es absoluta, como creen los abogados de la planificación y la ingeniería social. Dado que también entran los valores y los propios límites de la racionalidad, motivo por el cual se puede hablar de una racionalidad experimental, de ensayo y error. Esta es la clave de la distinción entre ética de la convicción y ética de la responsabilidad: las personas deben tener principios (y los políticos son personas), pero a la hora de actuar como políticos deben ser conscientes de los "tiempos" de la sociedad y la necesidad de hacer pedagogía antes que de imponer...ser un moralizador, pero atender a las encuestas para saber cómo "respira" una sociedad. Como apunta Spencer, la pregunta que todo político debería hacerse a la hora de actuar debería ser: ¿qué tipo de organización social tiende a producir la medida que queremos realizar? Responder a esta pregunta ayudará a pensar más allá de los efectos a corto plazo. Finalmente, otro criterio importante respecto al método es el criterio de graduación, es decir, no traicionar los objetivos, pero marcar pasos graduales hacia los mismos según las reglas de juego existentes o la naturaleza de la sociedad concreta con una voluntad de continuidad mediante campañas y movimientos.

 

A partir de estas premisas, los medios para lograr nuestros fines en un ámbito que va más allá de la voluntad individual es el conocimiento que nos proporcionan las ciencias sociales. Las ciencias sociales son las ciencias de la realidad social, es decir, donde las voluntades chocan con los resultados de la agregación de las actuaciones individuales. Un buen conocimiento de la correlación entre causa y efecto de la actividad legislativa es imprescindible para que los políticos tomen medidas conociendo, no sólo su voluntad, sino también la evidencia empírica existente de cómo los resultados no queridos de las leyes contradicen, muchas veces, esa voluntad. Paradójicamente, el fracaso de una ley a la hora de alcanzar sus objetivos no lleva a la modestia en el legislador y a avivar su prudencia, sino a generar nuevas medidas legislativas suplementarias en una suerte de huída hacia adelante.

 

Así pues, en la política se deben tener en cuenta los fines (una filosofía política basada en la justicia), los medios (ciencias sociales) y el método (graduación, es decir, trabajar a partir de campañas e incentivos).

 

Los actores de la política son los partidos políticos y los intelectuales.

Los partidos políticos, dada la crisis de las cosmologías, deben aceptar la modestia del principio de realidad y la graduación en su acción política y trabajar a partir de campañas concretas. En una democracia, en la cual existe un consenso respecto al modelo social, los partidos dejan de ser revolucionarios y son sólo reformistas. Los partidos que conllevan una cosmología son sociedades dentro de la sociedad y, como tales, piden sacrificios a los propios y los ajenos. En las democracias consensuadas los partidos ya no son peligrosos por exigir sacrificios, sino que lo son por minar la moralidad general, ya que al no tener una gran causa a la que servir, son sus cuadros los que se sirven de su posición para conseguir situaciones de privilegio para sí o para los cercanos. Generar partidos muy estructurados tiene ese peligro, y cuando éstos se dan, es imprescindible limitar su ámbito de intervención al estrictamente político, definiendo un marco a la economía que no dependa del poder político y dejando al margen el poder judicial.

 

Los intelectuales deberían tener un papel más protagonista en una sociedad que promueve la iniciativa individual y cuestiona las cosmologías, pero deben adaptarse a no ser la única fuente de conocimiento sin generar rencor social. Nozick se pregunta porqué los intelectuales son mayoritariamente anticapitalistas. Una posible respuesta sería la que proporciona Hayek a partir de la teoría constructivista. Así, aquellos que crean un mundo (ficticio) coherente, perfecto y fruto de la mente humana tendrían la irresistible tentación de organizar la sociedad de la misma manera, sin cabida para el azar (imperfecto) propio de las sociedades. Como corolario, la sociedad no se rige por sus criterios y no son recompensados según su valía, pues el valor de lo que producen no suele responder a les necesidades de la mayoría, criterio esencial a la hora de repartir las recompensas en la sociedad de mercado. Su conocimiento no es de aprovechamiento inmediato, y por eso mismo el criterio de su valor es más subjetivo que el de las creaciones de otros colectivos, además de poco permeables al resto de la sociedad. Sólo en una sociedad centralizada y burocratizada los intelectuales gozarían de un lugar de privilegio que ahora no tienen. En su animadversión al capitalismo no dirigen la crítica al cuerpo social, sino a presionar a la minoría que puede decidir sobre el sistema, lo cual es mucho más rentable. Su crítica al sistema tiene una mayor repercusión, en tanto su materia prima son las palabras y éstas son las protagonistas de los medios de comunicación, razón por la cual están sobre representados en los mismos.

 

Ambos actores, intelectuales y políticos, difieren totalmente en sus códigos y lógicas de actuación, razón por la cual un buen intelectual difícilmente podrá ser un buen político. Así, un buen político no debe ser un hombre de ideas, ha de tener pocas, claras y asumir que éstas se deben adaptar a la realidad y no a la inversa. Por contra, el intelectual genera ideas, tiene muchas -y por ello es más dificultoso darles coherencia- que engarza en un relato que se resiste a ser contrastado con la realidad. Otra diferencia entre el intelectual y el político tiene que ver con su ejemplaridad. Así, si el político debe ser una persona moralmente íntegra, donde su comportamiento precede a sus conocimientos, en el intelectual esto no es necesariamente así, y ello en función del origen de su legitimidad. El origen de la legitimidad del intelectual son las ideas y sólo en el caso de que su comportamiento contradiga específicamente a éstas se minará su legitimidad. La política, al ser una extensión de la moral y, por ende, de la ética, precisa de comportamientos morales para su ejercicio. El carácter de servidor público del político también obliga para con sus acreedores, los ciudadanos. En los servidores públicos, la exigencia respecto a la moralidad en sus actos es proporcional a su función técnica o de representación; cuanto más técnico sea un cargo -es decir, cuanto más definida esté su función- menor será la exigencia y, por el contrario, cuanto más representativa -del conjunto de los ciudadanos- sea su función mayor será el rigor con el cual será juzgado. La representación es una encarnación del ciudadano, y éstos quieren verse reflejados en su mejor versión…si deben obedecer a alguien quieren que sea con motivo, quieren ser mandados por alguien superior a ellos.

 

La guerra refiere a un enfrentamiento armado entre dos unidades diferentes (estados, ejércitos, señores). Existen circunstancias que pueden justificar una guerra. Evidentemente una de ellas es la de sufrir una agresión por parte de otro estado. También se puede plantear una guerra cuando la actuación de un estado es contraria al imperativo categórico, es decir, cuando el seguimiento de esa acción por parte de otros estados hiciera imposible la paz entre los mismos. Si el enfrentamiento armado se produce dentro de una misma unidad es una revolución y se define por la toma del poder violenta por parte de aquellos que eran anteriormente mandados.

 

La democracia liberal conlleva una forma de cambio político donde la alternancia en el poder se realiza mediante mecanismos no violentos. En general, éstos se producen cuando se quiere cambiar el gobierno, mientras que se puede hablar de revolución (violenta o no) cuando lo que se cambia es la constitución, es decir, las reglas de juego políticas de una sociedad. Para que el cambio político se pueda realizar pacíficamente debe existir un consenso básico sobre las reglas de juego, una cultura política común, de manera que la alternancia no signifique destruir el camino andado, sino seguir construyendo lo común, dado que los procesos revolucionarios suelen fracasar por la facilidad que conlleva destruir lo viejo en relación a la dificultad de construir lo nuevo.

 

La diversidad, ¿es una virtud en sí misma?, es decir, ¿es un objetivo a conseguir? La diversidad es una realidad fáctica, que se manifestará siempre que se respete la libertad individual y la política de la no coacción. Por contra, las políticas destinadas a limitarla fracasarán o deberán asumir unos grandes costes en concepto de libertades. En el fondo, el tema de la diversidad es el tema de las identidades colectivas. Las identidades colectivas generan identidad individual siempre que sean voluntarias y, al respecto, el estado debe velar por tres cosas: que efectivamente sean voluntarias (es decir, que sus reglas no se impongan de manera coactiva), que las identidades colectivas sean sostenidas por los individuos miembros y que no generen obligaciones respecto a terceros. La identidad individual se refuerza, se conforma, a partir de "participaciones" en esas identidades colectivas, cada vez más parciales, que definen expectativas de comportamiento (por ejemplo, ser padre). Las identidades que definen las funciones (el hacer, el obrar) son más útiles a la hora de generar identidad que aquellas identidades colectivas por adscripción a grupos, las cuales han dejado de cincelar a los individuos que las componen. Ello es así por el desarrollo de la cultura individualista que convirtió los universales (nación, raza, etc.) en particularismos frente al auténtico universal, que es el individuo, el individuo que interactúa con los otros. En este trecho se produce un fenómeno esencial: la identidad deja de ser patrimonio de una comunidad. las comunidades dejan de proporcionar (la única) identidad a sus miembros y el individuo se va definiendo en sus roles, creando identidad por agregación de identidades (expectativas) parciales. Esta ruptura entre identidad y comunidad de referencia se ha ido ampliando con el tiempo. Si el primer paso consistió en superar las identidades que tenían que ver con el "ser" (el individuo como un mero fenómeno de una identidad grupal a la que pertenece), a favor del "hacer" (el individuo como mero fenómeno de una identidad grupal conforme su lugar en la cadena de producción), cuya máxima representación es el lenguaje de las clases sociales; otro paso hacia la individualización se da con la ruptura de la cadena productiva gracias a la pluralidad de vivencias ligadas al mercado productivo, que nada tiene que ver con el propio de la industrialización. Las identidades del hacer ya no se pueden reducir de manera estereotipada (clases), sino que se han diversificando, con una mayor preponderancia de la voluntariedad del sujeto, que ya no necesariamente trabaja de aquello que se le impone, sino que, en ciertos casos, puede escoger. Frente a las identidades que promueve el "hacer" están las identidades que promueve el consumir, otra de las dimensiones del individuo, pero se trata de identidades que, al requerir un menor compromiso, son menos estables. Generalmente las identidades del consumo tienen más peso conforme las de la producción dejan de tenerlo, lo cual puede estar muy ligado a la capacidad de decisión del individuo a la hora de escoger su lugar en el ámbito productivo. Todos los individuos participan en esos dos ámbitos generadores de identidad, el productivo y el del consumo; todos debemos ganarnos la vida y consumir. Sin embargo existe otro ámbito que es extraordinariamente generador de identidad y en el que no todos participan; es el ámbito de la creación, generalmente un escalón superior del ámbito de la producción y que define aquella ocupación que precisa (y proporciona) un plus de valor a la producción que tiene que ver con la inventiva, la creatividad, la imaginación y capacidades humanas para desarrollar su acción más allá de lo aprendido y transmitido. Los creadores son una minoría social, son una elite sea cual sea el ámbito en el cual desarrollan esa capacidad de inventiva.

 

La identidad colectiva más relevante a lo largo de la historia es la que deriva del nacionalismo. El nacionalismo como ideología parece surgir en Alemania en el siglo XVIII como respuesta al racionalismo universalista francés. Frente a éste, el nacionalismo reivindica lo particular frente a lo general; lo sentimental frente a lo racional. La nación, como generación de una particular combinación de valores ha ido perdiendo fuerza conforme las sociedades cerradas iban dando paso a sociedades plurales y abiertas. Actualmente, la nación como generadora de identidad (e identidad es una combinación de valores definida) ha perdido relevancia a favor de otras instituciones más voluntarias y, por ello, más selectivas y unifomizadoras. La crítica de Herder a la Ilustración francesa por su ultrarracionalismo está fundada y es pertinente, aún en la actualidad. Por contra, el acento que pone en la realidad nacional para reivindicar la diversidad no. La nación y, sobre todo el estado-nación, ya no es capaz de generar identidades fuertes más allá de la pluralidad misma que define a las sociedades abiertas occidentales. Éstas sólo generan identidad cuando chocan con elementos propios de las sociedades cerradas (como ciertas creencias religiosas) que cuestionan la esencia de la pluralidad. La visión de la nación como generadora de identidad es una potestad que se arrogan, casi en exclusiva, las naciones o culturas sin estado que intentan, mediante la reivindicación de su uniformidad, recorrer el camino histórico que otras culturas han realizado hasta el estado-nación. Sin embargo, la capacidad del discurso de la cultura propia como generadora de una uniforme combinación de valores ya no tiene vigencia en una sociedad global como la actual y pasa a ser una visión reduccionista y anacrónica. Desde un punto de vista liberal, toda reivindicación nacional basada en un agravio debe tener su correlato en los individuos miembros de esa comunidad. Así la reivindicación del derecho de una lengua debe responder a la discriminación que los usuarios de esa lengua sufran respecto a otra comunidad por ese motivo. No debe, pues, reificarse la realidad de las culturas y de las lenguas, otorgándole una existencia que no tienen; son los usuarios de las mismas los que pueden ser sujetos de discriminación y la reivindicación de los derechos de esa lengua debe responder a los derechos de sus usuarios.

 

Esta discusión sobre la identidad colectiva nos lleva a conceptualizar la idea de cultura. La Cultura debe entenderse como adquisición de conocimientos y creación, bien se aplique al individuo como al colectivo, a la comunidad. Existe, pues, un continuo entre la cultura individual y la colectiva, si bien ambas dimensiones influencian en las consecuencias y alcance de su significado. Así, a nivel individual el conocimiento (su mayor o menor nivel) determina cómo se relaciona ese individuo con el resto del mundo, de manera que la cultura tiene un valor positivo: a más cultura, mayores serán los recursos de éste para llevar a cabo sus proyectos vitales. En este sentido, la cultura es un "catalizador" de las capacidades del individuo.

 

A nivel colectivo, esos conocimiento no se aplican ya entre el individuo y el mundo, sino en la interrelación entre individuos, en su interacción, definiendo "maneras de hacer" o "expectativas de comportamiento"; en este sentido también tiene un valor positivo, en tanto ese conocimiento social es útil para los individuos que lo comparten para desarrollar su vida en común.

 

Tanto a nivel individual como colectivo la cultura es un medio, aunque como se ha dicho. La diferencia en el ámbito de aplicación comporta importantes consecuencias. Así, la cultura a nivel colectivo es un instrumento que debe estar al servicio de los individuos que componen esa comunidad que da cuerpo y dimensión real a la cultura concreta. Si éstos deciden servirse de otro instrumento que les proporcione más utilidades deben ser libres de ello, aunque también deba preservarse -sin medidas coactivas sobre los individuos- esa cultura, pues comporta un acerbo de herramientas y soluciones a los retos que plantea la interacción entre los individuos que siempre constituyen una riqueza colectiva.

 

Forzar o imponer las reglas de una cultura a los individuos significa una coacción intolerable, pero también el anquilosamiento y decadencia de esa misma cultura. La dialéctica entre individuo y comunidad definida a partir de rasgos culturales es compleja, pues para que una cultura no degenere y siga viva debe "distanciarse" lo suficiente de los individuos que la componen, debe permitir espacios de libertad en la definición de sus hábitos y comportamientos, pues la creatividad que permite adaptarse y seguir viva a esa cultura -es decir, ser útil y generar conocimiento para la vida de sus componentes- y la creatividad se genera siempre en los individuos y no en la colectividad. De lo contrario, esa cultura se agotará, se esterilizará y perderá su capacidad y utilidad social...lo que llevará a un abandono por parte de sus miembros que intentará ser contenido mediante la utilización de la coacción.

 

Esa capacidad de dar respuesta a las necesidades de los individuos y, a la vez, permitir cierta libertad en los usos sociales -esto segundo es lo que permitirá, en última instancia, lo primero-, es lo que determina la superioridad de unas culturas sobre otras. Así, las culturas pequeñas u organizativas que definen las expectativas de comportamiento de manera muy expeditiva, con poco margen de negociación y de experimentación (distanciamiento) para sus componentes, tienden a ser más débiles y recurrir de manera más habitual a la coacción para pervivir; serían, en este sentido inferiores. Son ejemplos las "culturas" de las bandas juveniles. Sólo en este sentido y teniendo como criterio esa capacidad de distanciamiento se puede hablar de cierta superioridad de la Cultura Occidental, en tanto ha demostrado más capacidad de dotar de pautas a los individuos y, a la vez, permitir la suficiente libertad individual para que éstos generen nuevas respuestas e instrumentos que redundan en un mayor grado de conocimiento para la actuación (de racionalidad, como demuestra el desarrollo de la ciencia).

 

Otra característica que permite hablar de la inferioridad de una cultura es la limitación del ámbito de acción de una cultura, en tanto sólo proporcione pautas de interacción en ámbitos reducidos de la acción humana, como pueden ser las culturas generadas a partir de alguna actividad concreta (culturas musicales, la cultura del vino, etc.).